¿Qué nos deja la virtualidad para resignificar los espacios en la escuela?

Silvana Cataldo
La pandemia nos obligó a repensar gran parte de nuestras acciones cotidianas y, aunque todavía no hemos tenido tiempo de analizar y redefinir prácticas y roles, el proceso ha comenzado. Uno de los grandes debates de este tiempo tuvo su foco en la escuela y, particularmente, en cómo y dónde se producen los aprendizajes. La necesidad de interrumpir la presencialidad, el trabajo del aula, nuestro universo conocido, nos impulsó a explorar variantes virtuales, mixtas, sincrónicas o asincrónicas. Hemos padecido pero también conquistado otras formas de encontrarnos, otros modos de comunicarnos y también de organizarnos.
Escuchar a los niños y adolescentes sobre qué piensan de este período de aprendizaje virtual es más que interesante para pensar cuáles serán las necesidades que deberemos atender. La mayoría coincide en que extrañan la presencialidad: el encuentro cara a cara con amigos y docentes, la escuela como ese espacio propio, de encuentro social y de crecimiento. Pero también hay cosas de la virtualidad que les han gustado. Por ejemplo: poder organizar las tareas en el orden que cada uno quería; poder elegir el espacio dentro de la casa donde realizarlas sin necesidad de estar sentado siempre en el mismo lugar; poder parar y hacer un corte en la tarea cuando se sentían cansados y no cuando lo organizaba un cronograma de cortes (timbre); asimismo, poder dedicarle más tiempo a aquella tarea que los convocaba o les representaba dificultad, particularmente sin que haya un límite de tiempo específico para realizarla, más allá de la fecha de entrega. Los chicos y adolescentes (¡y sus papás!) tuvieron que esforzarse mucho para organizar su día a día, pero muchos ganaron en autonomía y comenzaron a sentir que los tiempos y espacios flexibles son una gran ventaja para estar motivados con sus tareas y con su aprendizaje. Volver a la escuela es algo que desean pero no al aula tal como la conocíamos.
¿Cómo repensar el aula como espacio de aprendizaje?. Hay países que comenzaron este proceso, resignificando espacios y tiempos y han implementado modelos muy flexibles donde cada estudiante puede elegir, no solo dónde estudiar (en qué lugar dentro de la escuela: aula, biblioteca, patio), sino cómo organizar sus tiempos de trabajo y hasta qué temas son los que quiere profundizar según sus intereses. Son modelos denominados de plan abierto, como el que se viene implementando en Finlandia desde hace algunos años en varios institutos escolares. Las aulas se transformaron en espacios multimodales, que invitan a los estudiantes a acomodarse, apropiarse de los rincones, relajarse, trabajar en equipos, realizar las tareas a gusto, con el objetivo de promover aprendizajes a través del hacer, que sean significativos, profundos y creativos.

Por supuesto, esto requiere una resignificación no solo de los espacios sino fundamentalmente de los roles tanto de estudiantes como de docentes. No se trata de planificar cambios edilicios o agregar sillones en los pasillos de la escuela. No se trata siquiera de llenar la escuela de tecnologías (que es necesario, sí). Se trata de repensar las prácticas y resignificar las aulas como un espacio de creación flexible, que promueva un aprendizaje más autónomo, estudiantes empoderados y futuros ciudadanos fortalecidos, con todas las habilidades y competencias que el mundo de hoy demanda.