Silvana Cataldo (*)
La lluvia de la tarde de un domingo me encontró desempolvando películas viejas, de esas exageradamente románticas, donde las miradas de los protagonistas se encuentran en la primera escena y se enamoran a primera vista. Más o menos este es el planteo de Antes del amanecer. Los protagonistas viajan en un tren y sienten una profunda conexión que los lleva a bajarse en la ciudad de Viena para prolongar el encuentro y pasan una noche caminando por esa ciudad, mientras conversan y se van conociendo. La película es de 1995. Hay un detalle clave que hace que esta historia tenga sentido: ninguno tiene celular. Sus miradas se cruzan en el tren porque no iban mirando sus pantallas. Hoy esta historia no sucedería. ¿Quién viaja en un transporte público mirando a su alrededor? Los protagonistas de la película conversan durante horas porque tampoco los interrumpe ninguna notificación, ni los sobresalta ningún llamado, no sacan selfies, no publican nada en sus redes. Dedican todo el tiempo a estar el uno con el otro. ¡Increíble!
En estos días, es difícil conectar con la mirada de otro. Estamos absortos por las pantallas. Nos parece normal comer o tomar algo con el celular sobre la mesa y suspender la conversación con los demás comensales toda vez que entre un mensaje. No importa si enfrente nuestro está el amor de nuestra vida, nuestros hijos pequeños, o nuestro jefe. Está instalada la creencia de que está bien desviar la atención hacia la pantalla aunque estemos en una conversación con otros. Los datos demuestran que la pantalla comienza a ser un problema difícil de controlar. Una persona activa la pantalla de su celular una vez cada 4 minutos lo que equivale a más de 300 veces al día. ¿Qué es lo que buscamos allí? No siempre lo sabemos. Pero tenemos necesidad de no perdernos lo que pasa en el mundo digital por lo cual resignamos lo que pasa a nuestro alrededor.
Perdiendo el control
Internet ha generado en nosotros conductas adictivas. Se considera adicción a la dependencia de sustancias o actividades nocivas para la salud. Generalmente el que padece este tipo de mal no advierte que no tiene el control y minimiza los efectos contra su integridad. En este sentido, la adicción a las pantallas trae consecuencias tales como el debilitamiento de nuestra atención, el descuido de los lazos sociales y afectivos, la pérdida de interés por el entorno real frente a los escenarios ideales que se encuentran en redes sociales, entre otros indicadores. Los estudiosos encuentran que este conjunto de síntomas constituye un síndrome al que denominaron FOMO por el acrónimo en inglés de “Fear of Missing Out”, es decir, el miedo de quedar afuera. Si bien no es un trastorno clínico reconocido, el impacto de este sindrome empieza a despertar alarmas porque puede afectar el bienestar general de las personas. Algunas características:
- Una constante necesidad de estar conectado y actualizado en las redes sociales y la tecnología.
- Una sensación de ansiedad o miedo a perderse algo importante si no tenemos acceso a internet.
- Pérdida de horas de sueño o alteración en el descanso por estar conectado.
- Una tendencia a compararse con los demás y a sentirse inferior si no se está involucrado en las mismas actividades o eventos.
- Dificultad para desconectar de la tecnología, incluso cuando no es necesario estar conectado.
- Sentimientos de estrés y agotamiento emocional debido a la presión constante de estar al tanto de todo lo que sucede en las redes sociales y en la vida de los demás.
- Tomar decisiones impulsivas para participar en eventos o actividades, incluso si no son importantes o necesarias.
- Una sensación de vacío o insatisfacción, incluso después de participar en eventos o actividades.
Algunos estudios sugieren que hasta el 70% de los adultos de hasta 40 años experimentan FOMO en cierta medida. Además, la mayoría de los jóvenes entre 18 y 24 años admite tener dificultades para desconectarse de las redes sociales y elegir hacer otras actividades.
¿Cómo reconectar con los otros?
El primer paso para poder hacer cualquier cambio es reconocer la dificultad. Los adultos solemos ver con claridad este problema en los niños y los jóvenes, pero pocas veces en nosotros mismos. Y es con nuestro ejemplo que ellos también podrán regular usos abusivos y adictivos de las pantallas. Por eso, si advierten que están transitando por alguno de estos síntomas, este es el momento de tomar cartas en el asunto. Organizar los tiempos de cada jornada, planificando actividades desconectadas al menos una vez al día. Puede ser media hora de caminata, o de mirar una serie, leer un libro, o de sentarse en un café a ver a la gente pasar. Media hora sin celular sobre la mesa, ni en el bolsillo ni en la mochila. Una charla con un amigo. Un cuento leído con nuestros hijos. Cualquier pequeña actividad que nos permita reconectarnos con los otros, con nuestras emociones y con la vida misma, esa que transcurre aquí y ahora mientras estamos absortos en las pantallas.